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jueves, 27 de junio de 2013

Arde Fuego - Relato

Hoy les dejo un pequeño relato, espero que les guste. Besotes.

Las murallas se consumían bajo el abrazador fuego provocado por las flechas en llamas de sus atacantes.
Los pueblerinos corrían desesperados, los soldados luchaban en las puertas de la muralla blandiendo sus espadas a diestra y siniestra, las damas de sociedad lloraban despavoridas en la entrada del castillo escapándose del refugio donde eran protegidas, los hombres viejos intentaban ayudar echando agua a todo barril que se incendiara, el hecho de que la paja que comían los caballos estuviera justo en esa parte del pueblo, no ayudó demasiado.
Se escuchaba una desesperada canción que mezclaba los gritos despavoridos, los llantos descontrolados, los gemidos de cansancio y las quejas de guerra.
Cada segundo que pasaba era testigo de un hombre que caía flácido e inerte en la tierra, con la garganta abierta o el pecho atravesado, los guerreros caían muy rápido… y el príncipe lamentaba cada muerte cobrándosela doble al enfrentarse a su adversario.
Su padre, el Rey, le había consignado la defensa de su gente, mientras él escapaba asustado a las faldas de los reinos vecinos, sin importar que su pueblo muriera, que sus tierras se mancharan de sangre, tan miserable el adorado Rey.
Julián empuñó su espada otra vez, tirándosele encima a un guerrero con mirada sádica y ansiosa de muerte. En la primera envestida le rasgó el brazo tal cual cortar una fruta blanda, y en la siguiente envestida atravesó la hoja de plata en la cabeza de su contrincante sin temor ni arrepentimiento.
La mente del príncipe Julián estaba dividida entre sus hombres que iban dándose de baja, el miserable de su padre, y el amor de su vida en las puertas del castillo.
Quería gritarle a su mujer que huyera, que no se quedara observando cómo iban perdiendo el control de aquella batalla, como las oportunidades de vencer se esfumaban con cada lágrima que caía al suelo, que no se obligara a ver cómo él mismo iba a descender bajo alguna hoja de hierro forjado, pero el sólo girar la cabeza en dirección al castillo aceleraría la muerte que tanto evitaba.
Él sí quería a su reino, juró luchar hasta la muerte para defender y honrar sus puertas dignamente, para proteger las reliquias que poseían, la razón por la cual peleaban en esos momentos, sus enemigos querían adueñarse de toda la riqueza y tierras que representaba aquél Reino.
El calor aumentó, y el sudor empezó a recorrer todos los cuerpos, el humo se colaba hasta los pulmones de Julián, mientras que él príncipe evitaba la nube grisácea que lo rodeaba, y cuando casi todo el pueblo estuvo en llamas, incluso más allá de las paredes del castillo, sus pocos y fieles guerreros cayeron, uno tras otro.
El príncipe Julián corrió en dirección contraria, no huyendo como un cobarde, sino en busca de su esposa.
Pero era demasiado tarde, los del bando enemigo habían llegado a las puertas y mataban despiadamente a cada mujer, primero acariciando cínicamente sus cabellos bien cuidados y olorosos a humo, y luego desgarrando los blanquecinos cuellos.
Llegó hasta la morena que luchaba por soltarse de un tipo con barba, y que lucía más parecido a un perro rabioso que a un soldado digno, arrancó a su mujer de las manos de aquél canalla y le costó la vida al hombre el haber colocado un dedo sobre su tesoro más preciado.
La miró a los ojos, perdiéndose en el precioso topacio y reconociendo el profundo amor con el que estos lo miraban.
No tendría más de un minuto junto a ella, sentía a la muerte en una carrera contra reloj, agarrando los bordes de su armadura y luchando con la poca fortaleza que él aún mantenía.
            —Escúchame, amor mío —rogó tomándola fuertemente de los brazos, omitiendo el ruido que los rodeaba—. Ni mi egoísta padre, ni el olor a muerte, ni los mismísimos Dioses luchando contra mi voluntad, impedirán que sigas siendo mía allá en la eternidad. Mi corazón fue tuyo desde el día en que sucumbí a tus ojos, y lo seguirá siendo hasta que el día se haga noche, y la noche se convierta en día.
            —Sólo tú, serás eternamente la dueña de mi alma —le gritó con su último aliento, sintiendo la espada de algún desconocido atravesar su espalda, y con su último atisbo de consciencia, notó que la misma hoja de hierro hirió a su esposa.
            —Arde fuego, mi querido amor, pero te juro que yo seguiré siendo tuya, incluso cuando ya no puedas escuchar mi voz —susurró ella agonizante en el oído de quien había sido el único dueño de su alma en vida, y de quien seguiría siendo en muerte.


1 comentario:

  1. Hola!
    Quería pasar a invitarte a mis nuevas dos entradas. Estuve ausente durante un largo tiempo y esta vez quiero recuperar el tiempo perdido, espero que te pases por el blog y me comentes que te parece, esta vez una entrevista a una gran escritora Sheyla Drymon, y el debut de una nueva banda de rock experimental. A ver que te parecen ;)

    morsinamore.blogspot.mx

    Saluditos!!!

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